Carta del Obispo de la Diócesis de Oberá, Msr. Damián Santiago Bitar, a la comunidad toda, por los elevados casos de alcoholismo que se registran en la sociedad.
Mientras, durante el “super” fin de semana, la tendencia en los medios de comunicación fue destacar la cifra récord de personas que se trasladaron por el país, y los millones de pesos que circularon por el movimiento turístico, los espectáculos deportivos, eventos sociales y culturales; también nos informaron sobre dos jóvenes mujeres de San Vicente que murieron en un triple choque producido por un conductor en estado de ebriedad.
Lamentablemente no fue un hecho aislado. Casi todos los días en la Provincia muere una persona en accidentes de tránsito. Y nos estamos acostumbrando. Y es poco y nada lo que se hace. Y el número de víctimas y heridos por accidentes, asesinatos, riñas y violencia aumenta día a día. Tristemente, en casi todos los hechos está presente el consumo nocivo de alcohol.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer que la Argentina se ubica en la tercera posición dentro de los países de América donde más se consume alcohol per cápita. Y en América Latina, es la segunda nación en el ranking. Un puesto vergonzoso. Un síntoma más de una sociedad enferma, anestesiada, con una tendencia autodestructiva, en una creciente decadencia ética de la que no se avizora el final.
El alcoholismo es una “vieja” pandemia que hemos naturalizado y con la que se “coquetea” alegremente. Para muchos una diversión. Para otros una evasión. El alcoholismo está haciendo estragos. Y lo seguirá haciendo. Poco se habla de este flagelo como una adicción, como una enfermedad que genera efectos nocivos en la salud personal, en la integridad familiar y la paz social. Quizá porque a una gran mayoría le convenga que sea así. Porque importa más lucrar que salvar vidas. El dinero manda. Por eso se vende y se toma a toda hora, y en todo lugar: en las casas, en las veredas y en la calle. Consumen los adultos, los jóvenes y hasta niños. Existen Leyes y Ordenanzas, que nadie cumple. Nadie controla. Las normas han caído en nuestra sociedad. Por tanto, todo vale… Pero el número de víctimas aumenta. Y el dolor se prolonga en las familias heridas o enlutadas a quienes les toca esta desgracia. Hoy ellos. Mañana podemos ser nosotros. ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué vamos a hacer?
Damián Santiago Bitar, Obispo de Oberá